El último día en Paris lo dedicamos a caminarlo sin afanes. Tomamos la avenida Kleber cercana al hotel bajando hacia el Arco del Triunfo y de allí hacia los campos elíseos y posteriormente buscamos la rivera dl rio Sena hasta Saint Michel, también llamado el barrio latino. Día soleado sin tanto frio como nos había hecho en los anteriores. Cerca al puente que hay en frente del museo del Louvre entablamos conversación con un artista Italiano llamado Nicola a quien compramos unas hermosas acuarelas pequeñas. Los anticuarios de libros, de publicidad, estampas, posters, obligaban a parar cada 5 metros, deleitarse de la riqueza cultural de esta ciudad y condolerse de no poder adquirir obras que uno quisiera tener por las restricciones de carga y peso en las aerolíneas.
En la noche quisimos darnos el gusto de otra exquisita cena y para ellos subimos hasta el Trocadero y cenamos en uno de los lujosos restaurantes de esta zona. De entrada volvimos a comer Foie Grass (puede uno acostumbrarse a estos gustos exquisitos), Luz Beatriz cenó un bacalao delicioso y yo pedí algo de muy buen sabor pero que nunca supe que era. Pienso tenía trozos de pollo y hongos en un caldo muy oscuro con fuerte sabor a vino, a mis hijas por molestarlas les publiqué un Twitter con una foto del plato y diciéndoles que estaba cenando sancocho de pato negro (gallinazo). Cenamos con alguna prisa ya que al día siguiente debiamos levantarnos a las 4 de la mañana para salir a uno de los aeropuertos de París rumbo a Roma.
No quiere irse uno de esta ciudad, se ama su arquitectura, la cultura que se respira en sus museos, catedrales, las calles por donde uno sabe que caminó Víctor Hugo, rimbaud, Voltaire, el mismo García Márquez. Prometo volver solo a estarme en Francia, Paris, 15 o 20 días. Ojalá me sea permitido.
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